Éste artículo fue enviado a una prestigiosa revista del ramo, pero rechazaron su publicación, por lo que lo colgaremos aquí, por si a alguien pudiera interesar… Vuestras opiniones serán, como siempre, bienvenidas.

Resumen
El artículo analiza el papel del espacio rural que se mantiene en los límites urbanos, y al ser esos límites poco precisos, en el interior de las áreas metropolitanas en general. Se discute sobre el papel de la legislación urbanística actual, que por un lado pretende proteger los espacios rurales en su estado tradicional, mientras por otro fomenta su consideración como reserva de suelo para futuros crecimientos urbanos.

A continuación se subrayan algunos efectos reales de las normativas sobre los espacios rurales, destacando sus efectos negativos para los valores simbólicos y patrimoniales del paisaje. Por último, se plantean las posibilidades que ofrece el planeamiento de base patrimonial pare generar espacios híbridos, no propiamente urbanos ni rurales, con carácter propio y con un sentido del lugar definido. Se exponen dos proyectos en los que la consideración patrimonial ha sido la base del planeamiento

Abstract
This paper analyzes the role played by rural spaces located in peri-urban and metropolitan areas. It also discuses the double function that present regulations have: by one hand it pretends to protect rural spaces, maintaining its traditional shape, but on the other hand, is fostering its role as a reserve urban land.

Some actual effects of legislation are highlighted, specially those referents to Heritage and cultural landscapes destruction. Finally, the possibilities of Heritage based Planning are exposed, including two projects with some innovative proposals.

 

1 La consideración urbanística del suelo rural 2
El zoneamiento en el rural metropolitano 3
Un espacio poco urbano y menos rural 4
Un “Cinturón Verde” no planificado 5
2 El control de la transformación a través de la legislación 7
La actividad agraria como premisa 8
Sólo se permite la reconstrucción de edificios preexistentes 10
Exigencia de una parcela mínima 11
El crecimiento debe ser contiguo a los núcleos existentes… o no 12
Toledo y su entorno patrimonial 15
3 El Patrimonio como base de nuevas propuestas 15
Propuestas del Plan Patrimonial de Reus 15
La propuesta del “Parc dels Arrossars” del Delta de l ‘Ebre 18
4 Referencias 20

 

1 La consideración urbanística del suelo rural

Una de las bases de nuestros sistemas urbanísticos es la división categórica entre suelos urbanos y rústicos. Esto es, entre el “campo” y la “ciudad”. Esta distinción viene motivada sobre todo por la necesidad de señalar con claridad aquellos suelos cuya transformación puede ser permitida, y aún alentada, de aquellos otros que deberían permanecer como están, sin que casi nunca se concreten demasiado los motivos de mantenerlos en tal estado. Se dan por supuestos.Para entender hasta qué punto esta dicotomía está enraizada en nuestro pensamiento, hay que recordar que muchos geógrafos y urbanistas del s. XX la citaban como una de las contradicciones básicas del capitalismo . Este tipo de atribuciones ideológicas convive con otras, igualmente maniqueas, que atribuyen virtudes y defectos a una u otra, como la mayor libertad y cultura de la vida urbana, o la mayor calidad o autenticidad de la vida rural. Pero en definitiva lo cierto es que el suelo urbano, en sus diversas categorías, es aquel que se puede ser transformado dentro de la ley, ahora o más tarde. Y puede ser transforma incluso hasta hacerlo irreconocible. Por el contrario, el suelo rústico es aquel que debería permanecer como está. Por lo general, dedicado a la agricultura, entendida en sentido amplio. Es esta una preocupación permanente, casi obsesiva, de nuestras leyes urbanísticas y, dejando cuestiones ideológicas al margen, se presenta como una opción muy razonable, por al menos estos tres motivos:La primera es que, desde el punto de vista económico, la actividad agraria es “débil” en comparación con otros usos posibles y, por tanto la presión puede hacer cambiar su uso a urbano con facilidad, dado que el beneficio previsible es grande. Esto ha sido así, o al menos lo era hasta el estallido de la “Burbuja Inmobiliaria”, y es posible que vuelva a serlo a medio plazo.

La segunda, menos explícita pero sin duda más importante, es que el principio que mueve a proteger el suelo rústico es el de proteger el propio sistema urbanístico, basado en delimitar, con líneas claras sobre el plano, las actuaciones permitidas en cada porción del territorio. Debe delimitarse con precisión el espacio sobre el que se puede actuar, y éste debe ser relativamente escaso, ya que de otra manera, la Administración difícilmente podría ejercer control sobre el conjunto. Ejercer ese control sería el objetivo primordial (de la Administración, que es quien redacta las leyes). La técnica utilizada, casi con exclusividad, es el zonning o zoneamiento, y una consecuencia directa es el precio de unos y otros terrenos, lo que ha hecho de la negociaciones de cambio de uso del suelo (recalificaciones) una de las mayores fuentes de negocio en la España contemporánea. El carácter a menudo arbitrario de las divisiones no es, en absoluto, ajeno a este “contrabando” urbanístico.

El tercer motivo, al que prestaremos mayor atención aquí, es que el suelo rural alberga unos valores patrimoniales propios, fruto de siglos de lenta explotación y de un profundo conocimiento del medio natural, que se expresan en el paisaje y en unas relaciones territoriales que manifiesta un cierto “orden” . Este acervo cultural tiene un potencial que puede ser utilizado ahora o en el futuro para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, para crear riqueza. Sin embargo, esta respuesta no parece ser la que estaba en la mente de los legisladores, a juzgar por las normativas aprobadas, como veremos más adelante.

Pero también es cierto que el planeamiento, el urbanismo, se caracteriza por una permanente dualidad entre lo que se propone y aquello que se sabe posible. En los últimos tiempos, la creciente literatura de anexos y justificaciones que acompañan los Planes Urbanísticos ha hecho más perceptibles esas contradicciones. Ese planeamiento literario suele mencionar que se busca el equilibrio, que se protege el medio y, en particular, que se limita al máximo la calificación de suelo urbanizable. Sin embargo, no se suele explicitar esta cuarta motivación:

Mantener calificado como “no urbanizable”, a seguro de transformaciones y especulaciones, un suelo de reserva adecuado para futuros usos urbanos. La expresión “reserva” incluso se ha llegado a incluir referida, especialmente, a los terrenos colindantes con algunos núcleos.

De manera que podemos considerar que los suelos rústicos más o menos próximos a los núcleos son siempre, en mayor o menor medida, suelos de reserva. Y esto es así independientemente de su calidad agrícola. En las últimas décadas, el crecimiento de las áreas metropolitanas ha complicado la situación, ya que los plazos de transformación del suelo rural periurbano se han acelerado, mientras que el factor de contigüidad a un núcleo se ha debilitado. La transformación sería posible o deseable incluso en lugares distantes y aislados.

El zoneamiento en el rural metropolitano

El zoneamiento es actualmente el sistema utilizado casi en exclusiva para el planeamiento. El zonning fue la respuesta que se dio , hace ya más de un siglo, a los problemas de convivencia de actividades que generaban las nuevas ciudades, y esa filosofía ha marcado buena parte de su evolución. Su principal ventaja (si no la única), es que elimina ambigüedades legales. Una vez establecido el ámbito de una zona, está claramente delimitado qué se puede hacer y qué no. Su principal inconveniente es la arbitrariedad en la delimitación de zonas. Hasta donde llega la línea algo es posible, pero no unos centímetros más allá. Su generalización ha causado millones de casos de agravio comparativo generados, evidentemente, en el momento de trazar cada una de las líneas.

Sobre el suelo rural, sobre los campos de cultivo, esta arbitrariedad se hace más evidente. Si para el campesino los campos tienen cualidades y limitaciones que ésl conoce por herencia y por dedicación, lo que hace a unos más valiosos que otros , para el urbanista los campos sólo son una superficie neutra sobre la que desplegar la ciudad. Pero tal vez la consecuencia más notoria no sea siquiera ese desperdicio de tierras valiosas, si no el fomento de la segregación de actividades hasta extremos impensables cuando se postularon los principios del Movimiento Moderno. El resultado queda bien reflejado aquí:

After all, the basic idea of zoning is that every activity demands a separate zone of its own. For people to live around shopping would be harmful and indecent. Better not even to allow them within walking distance of it.”
Geography of nowhere, James Howard Kunstler

El proceso ha sido definido con las siglas “BANANA’s”, o “Buid Absolutely Nothing Anywhere Near of Anithing” . Si según la Modernidad, las actividades debían estar separadas, un resultado lógico sería éste. Y esto implica, claramente, la transformación de grandes cantidades de suelo rural, que para eso estaban “a la espera”. Siempre habrá un espacio “desvalorizado” que transformar. Hasta ahora siempre ha sido así. Y de momento, va a seguir así, porque según hemos visto, el principal objetivo de las normativas urbanísticas no sería la conservación del suelo rústico, apenas una motivación lateral de fácil justificación. Es un asunto que importa poco a la sociedad en conjunto . La presunta protección del suelo rural y aún su existencia, tienen otras motivaciones prioritarias, como el mantenimiento del sistema a partir del control del suelo urbanizable como bien escaso y por tanto, valioso. Pero no se protege, en sentido literal, el paisaje rural periurbano. No se protege, por un lado, por al transformarlo no se tiene en cuenta su peculiaridad, el hecho elemental de que en Geografía, cada paisaje puede considerarse único porque su proceso de creación y adaptación al medio es singular, al ser singular el medio y la historia de cada lugar. Se transforma con unas reglas genéricas que, al convertirlo en urbano, no le dejan manifestarse. Acaba por convertirlo en un paisaje urbano estándar.

Y no lo protege, tampoco, porque las normativas reflejan soluciones estandarizadas, propias aún del Pensamiento Moderno que veía la tierra como un espacio lo bastante uniforme como para diseñarla con métodos universales. Casi nunca están pensadas para el lugar concreto en que se aplican y están definidas con criterios muy generales de reconstrucción de edificios existentes o de mantenimiento de una parcela mínima. Nuestras legislaciones no consiguen, por lo general, mantener la coherencia tradicional de los espacios rurales, mantener su valor patrimonial, como se vamos a ver más adelante.

 

Un espacio poco urbano y menos rural

La principal diferencia entre lo que se exige a una zona urbana respecto a una rural es una fuerte inversión en equipamientos, tales como aceras, red de alcantarillado, abastecimiento de agua, asfaltado de las vías e incluso, servicios de transporte público. Estas exigencias parecen lógicas por los numerosos abusos que se han dado con la construcción de nuevos barrios y urbanizaciones carentes de los mínimos servicios.

Pero la lógica se difumina cuando la aplicamos ámbitos metropolitanos en los que la densidad de las construcciones es baja o incluso, muy baja. Estas exigencias implican que, aunque se trate de una urbanización poco densa, se deba urbanizar de forma contundente. El ejemplo más claro son las aceras, poco útiles y muy caras y que, sobre todo, transforman el paisaje haciéndoles perder una parte importante de su carga emotiva y de sus cualidades de adaptación al medio. Su substitución por otros tipos de paso peatonal, menos contundente, podría ser un elemento de revalorización paisajística sencillo y barato. Una solución menos estandarizada, más pensada para crecer con el lugar, y que permita al paisaje seguir manteniendo a un tiempo algunos de sus valores rurales mientras disfruta de algunas ventajas urbanas.

Más de una vez toca escuchar que plantear ámbitos que no sean rurales ni urbanos es ir contra la tradición urbanística. Sea pues, teniendo presente que “lo que no es tradición es plagio”, que dijo d’Ors. Y que por lo tanto, debe de existir también una cierta tradición urbanística que reivindique este tipo de espacios que de hecho ya aparecen de forma espontánea, y que suelen tener un carácter propio, distinto, de unas comarcas a otras. Hay que recordar que obras tan influyentes como la de Ebenezer Howard proponen espacios híbridos argumentando que, en buena lógica, la gente los escogería para vivir porque gozarían de las ventajas del campo y de la ciudad a un tiempo.

Y no es esta una cuestión menor, siendo el problema principal del urbanismo contemporáneo el constante crecimiento del espacioedificado metropolitano, en buena parte generado por áreas residenciales de Baja Densidad y por extensas áreas logísticas. Y aunque hay mucha gente que se siente a gusto viviendo en estos entornos, es evidente que son ciudad sólo a medias y que nada tienen nada de campo, con lo que las ventajas de ambos se diluyen. Pero la cuestión es que los desarrollos de baja densidad, tal y como se manifiestan entre nosotros, son legalmente urbanos, y ello se refleja en su aspecto, en sus precios, en las normativas aplicadas. Y aún se refleja mejor en sus limitaciones para relacionarse con el entorno y, sobre todo, en su incapacidad para mantener los valores rurales conservado a lo largo de siglos. Esta situación se hace especialmente visible en los alrededores de las ciudades, grandes o pequeñas, en los ámbitos periurbanos, donde los paisajes de la baja densidad se caracterizarían por:

La presencia de jardines, de cultivos improductivos, en todas las parcelas, sustituyendo a las huertas tradicionales cuya presencia puede estar incluso prohibida por la legislación local o por la normativa de la propia urbanización. De existir, esas huertas nunca estarían a la vista, en lo posible, de manera que tienen poca influencia en la forma en que es percibido el entorno. A pesar de todo ello, pueden tener gran valor espiritual (raramente económico) para algunos propietarios.

La ausencia de ganado doméstico, excepto allí donde se pueda mantener con “carácter ornamental”, y siempre sujeto a fuertes restricciones debido a los ruidos y olores molestos, por otra parte, característicos del medio rural.

Una red viaria sobredimensionada, con pavimentos pensados para vías urbanas, con aceras e iluminación, a veces con áreas de estacionamiento e, incluso últimamente, con mobiliario urbano. Son fuertes inversiones que raramente se van a amortizar, al no existir tráfico pesado ni denso, ni apenas peatones.

Un paisaje marcado por los muros y las vallas , en el que las visuales son limitadas, y repetitivas ,con escasos puntos de referencia.

Estos paisajes periurbanos manifiestan una profunda contradicción de nuestra literatura urbanística contemporánea, alimentada por un maniqueísmo elemental que relaciona todo lo agrario con lo “bueno”. Hermoso e indefenso, inocuo o beneficioso para el medio, se debe preservar, y para ello debe ser calificado como suelo no edificable. Por contra, la gran mayoría de los usos contemporáneos son perniciosos, destructores de esencias culturales y agresivos con el entorno. Esto en cuanto a las motivaciones escritas. Pero a la hora de proyectar, de crear lugares para vivir, se proscribe todo uso rural, aún allí donde podrían mantenerse o incluso, fomentarse. Allí donde soluciones creadas ad hoc podían brindar espacios mestizos, con elementos de la ruralidad, aunque no todos fueran buenos, y también con algo de urbano, que no todo será malo. Y es que un planeamiento centrado en el potencial local es la forma más lógica de plantear la urbanización de los ámbitos periturbano que, como se ha dicho, por su proximidad a la ciudad siempre acumulan un potencial importante. Siempre son interesantes.

Lo habitual, sin embargo, es la aplicación de modelos estandarizados, importados directamente de ciudades en las que, tal vez han funcionado, pero como espacio urbano indiferenciado. Y cuestión principal, en un entorno metropolitano, es mantener o crear un cierto sentido del lugar, porque es importante entender y valorar el lugar en que transcurre nuestra vida.

Revisaremos a continuación algunas posibilidades que ofrece el planeamiento, empezando por el “cinturón verde”, un espacio peri-urbano en el que el patrimonio rural puede respirar.

Un “Cinturón Verde” no planificado
La formalización de la idea de “cinturón verde” corresponde a Abercrombie en su proyecto de Londres, aunque ya había sido expresada con anterioridad. Se trata sencillamente de contener el crecimiento urbano por agregación, en “mancha de aceite” con la definición de una franja de campos y bosques sin transformar, que, a modo de muralla, cree unos límites urbanos perceptibles. Esta idea ha sido utilizada en otras ciudades e incluso, con otros fines . La creación de estos anillos permite mantener huertas, campos e incluso bosques y edificios de indudable valor patrimonial, en tanto que han sido, históricamente, los que han recibido mayores inyecciones de tiempo y capital.

Pero estos cinturones pueden aparecer en ocasiones sin ser planificados, como respuesta a determinados procesos socio-económicos. Un caso actual y muy conocido es Detroit, una ciudad castigada por la desindustrialización y otras lacras sociales que ha visto como extensas zonas colindantes con el Downtown se iban transformando en campos y granjas después de haber sido abandonadas por sus habitantes. Se da la paradoja de que se mantiene una extensa red viaria y aún de transporte público que atraviesa kilómetros de solares y huertas. Por el momento, este reciclaje urbano es una excepción.

Más frecuente es otro proceso espontáneo que bien podría ser denominado como de “urbanismo inverso”, en tanto que tiende a urbanizar el territorio menos apto, objetivamente, para la localización de la ciudad. Por el contrario, los terrenos planos y accesibles, a la vera de las rieras, siguen ocupados por campos (eso sí, mayores que en el pasado).

Este proceso se ha producido de forma espontánea a una cierta distacia de muchas de nuestras ciudades, como por ejemplo en la llamada “Segunda Corona” del Area Metropolitana de Barcelona. Cuando a finales de los años 60 se empezaron a hacer populares las “urbanizaciones” de casitas (a menudo auto-construídas) para el fin de semana, en muchos pueblos los propietarios vieron una buena oportunidad para hacer dinero… vendiendo tierras que no fueran productivas.

Dado que lo habitual es que cada pueblo se sitúe en el centro de una zona de huertas, y que los campos más accesibles sean también los más productivos al haberse dedicado a ellos mayor esfuerzo e inversión, fueron muchos los propietarios que vendieron para “urbanizar ”. Pero muy pocos, y en algunos pueblos ninguno, los que se deshicieron de tierras realmente productivas. Se vendieron los campos alejados y de difícil acceso, que sólo se cultivaban cuando las necesidades lo requerían , y terrenos de bosque mediterráneo, siempre que la pendiente los hicieran mínimamente atractivos. Otros factores importantes, y en particular la orientación a solana, no fueron tan tenidos en cuenta. De esta manera, se transformaron estos espacios agrarios residuales con casas y chalés cada vez mayores. Incluso se plantaron huertas en lugares inverosímiles . Y cuando el proceso de metropolinización tomó fuerza, las segundas residencias se convirtieron en primeras, y el espacio tomó un cierto aspecto urbano que contrastaba fuertemente con su localización aislada, incluso del pueblo matriz que, con el tiempo albergó mucha menos población que sus díscolos, aislados y mal localizados descendientes.

La imagen ilustra este proceso con el caso paradigmático de Lliçà d’Amunt . Se aprecia cómo en 1954 los campos son de pequeño tamaño y ocupan todo el espacio suficientemente llano, aún alejados del pueblo. Más allá, se extendían frondosos bosques mediterráneos. Por el contrario, en la imagen actual gran parte de esos bosques han sido ocupados por urbanizaciones, de aspecto cada vez más urbano. Incluso en las zonas de umbría. El núcleo histórico, que ha crecido proporcionalmente muy poco, permanece en buena medida rodeado por huertas y campos, si bien éstos han aumentado notablemente de tamaño.

Se aprecia que el proceso ha dejado como beneficiario al núcleo histórico, que mantiene buena parte de su coherencia tradicional, de sus límites y relaciones con el entorno rural. Por contra, la parte presuntamente urbana se halla mal comunicada (la orografía no es fácil de obviar) y ocupa terrenos en pendiente y mal soleados que escapan a cualquier lógica urbanística.

En cualquier caso, estos y otros procesos espontáneos son poco frecuentes. Lo habitual es que se dejen actuar con contundencia unas normativas urbanísticas impregnadas de espíritu preservacionista, en el sentido de que se pretende el mantenimiento del aspecto tradicional del campo, al menos hasta el momento de su transformación. Pero que para conseguirlo se basan en la restricción de actividades y en el zoneamiento como herramienta principal, con lo que los resultados, en muchas ocasiones, se alejan de las previsiones.