Berlin es una ciudad sigular en lo que respecta a su patrimonio, que es rico y variado, y del que ya hemos habaldo anteriormente. En ocasiones, la ciudad parece asediada, incluso axfisiada por su pasado. En otras, en cambio, el pasado toma la calle con alegría, aunque siempre con un toque “kisch” típicamente prusiano, y casi siempre resulta difícil recorrer la ciudad sin evocar alguna historia, ya sea real, ya no tanto. Y sin embargo, también alberga lugares que no precisan de retoríca alguna para comunicar su “mensaje”. Tal es la fuerza con las que hablan esos espacios. Son propiamente “museos”, esto es, lugares habitados por “musas” que nos inspiran sentimientos por el mero hecho de estar ahí, o al menos sensaciones. Los de la “Isla de los Museos”, por ejemplo, museo en sí misma de la propia museología. O el Stasimuseum, si es que admintimos que la musas vistan uniformes verde y se dediquen a espiar a sus vecinos.
El Satsimuseum está dedicado al Ministerium für Staatssicherheit , el órgano de “inteligencia” de la antigua RDA, y es, exactamente, lo contrario de un “Centro de Interpretación”. Y no porque no haya nada que interpretar, sino porque tal artefacto intelectual no es en absoluto necesario para explicar lo sucedido en estos edificios. Los espacios hablan por sí solos. Vendría a ser como un “Centro de interpretación del queso” hecho de queso y colocado sobre una rebanada de pan recién hecho.
Situado en el barrio de Lichtenberg, el museo ocupa el bloque central o “Blok 1″de un conjunto muy amplio de veinte edificios que opupaban cuatro manzanas y que, en el momento del asalto popular que dió fin a la actividad (15 de enero de 1990) , se encontraba en expansión. Allí se concentraban no sólo las oficinas, sino también viviendas para oficiales, diversos comercios de productos importados e incluso otros servicios como peluquerías o dentistas, alguno de los cuales aun permanece.
Los bloques, y en particular el “1”,son de un racionalismo sin concesiones, y por tanto fríos, muy fríos. Muy propios de la década de los 50 y por tanto, muy similares a algunos de sus contemporáneos de por ahí… El único “adorno” permitido es el acceso cubierto de la entrada, añadido en los últimos tiempos de la Stasi para intentar preservar el carácter secreto del edificio.
Una vez dentro una maqueta de la época muestra la expansión que se preveia iniciar aquel año de 1990, así como una furgoneta de trasnporte de detenidos camuflada de repartidora de leche, siendo éste el único elemento “ajeno” al estado original. El interior es si cabe aun más “frío” que el exterior y recuerda mucho a lugares que se pretendían elegantes en la España a principios de los 60′. Aquí ya se respira el pasado intensamente. Y no el de finales del 80′, sino más bien el de los primeros 50′.
Pero tal y como indica un folleto del museo, “Kernstück des historischen Ortes ist die in ihrem originalen Zustand erhaltene Büroetage Erich Mielkes.” el núcleo simbólico de éste lugar histórico es la oficina del jefe de la Stasi en 1990, Erich Mielkes, que lo era desde 1959 y que, asombrosamente, se conserva en su estado original. Él fue también el impulsor del complejo y de la ampliación que no se realizó.
Los únicos elementos discordantes en la oficina son las catenarias, los paneles informativos (que se insieren perfectamente en el entorno) y sobre todo, la absoluta ausencia de papeles sobre las mesas y en las máquinas de gestión de fichas. No existe por tanto nterñes en una falsa reproducción de una cierta escena, sino que se pretende que el espacio hable por si mismo. Y la verdades que lo consigue, con su lujo austero de centro oficial y su acomodación aneja a la oficina, un apartamento moderno y muy poco hogareño.
De alguna manera es el despacho del Gran Hermano orwelliano. Mielke mantuvo un desarrollo continuado de su tecnología analógica desde su llegada hasta que lo abandonó por la fuerza. Tras ser detenido afirmó que de haber seguido sus instrucciones, la RDA todavía existiría. Y por tanto, esto seguiría siendo una oficina, y no un museo.
Las fotografías de la época (com ol aque da inicio a ésta entrada) muestran la gran cantidad de información que se hallaba recogida en papel, a pesar de estar ya en 1990, año por ejemplo del lanzamiento de MS Office. De hecho, el carácter anlógico de todo lo expuesto es lo que mejor contextualiza aquel mundo que era futurista y obsoleto a un tiempo. Se aprecia la gestora de fichas principal, para tener siempre a mano la información sobre decenas de miles de ciudadanos “relevantes”. En otros depósitos de almacenaba, de manera muy ordenada, información sobre al menos, tres millones de personas, según se pudo saber cuando se hicieron públicos los archivos.
Hay otros muchos elementos interesantes en el museo, como la gran la sala de reuniones en la que se tomaron decisiones muy relevantes y que se conserva también en perfecto estado, radios con frecuencias abiertamente censuradas, cámatras camufladas en botones y de otras muchas formas y, en general, toda la parafarnalia propia de la policí asecreta más eficiente de la historia. Pero todo ello no es tan relevante como el ambiente que se respira, que permite crear una imagen de lo que fe el ambiente en aquellas oficinas y, por extensión, en el resto del edificio, incluidas las celdas del sótano y de alguna manera, también en la ciudad.
Una visita guiada sin duda ayuda a crear esa imagen, siempre que no la distorsione, Por el contrario, un centro de interpretación sería un añadido más que superfluo, contraproducente. Nadie nos debería dar su versión de una historia que ya nos están contando las paredes y los muebles.
Una curiosa manifestación de land-art o algo por el estilo es el enorme sello de goma con el texto “Recibido” que decora el “Block 1″y que sólo es perceptible desde el aire, ya que desde el suelo las letras, apesar de ser enormes, pasan desapercibidas.
Fuente de las imágenes UeA, excepto la primera y la última, obtenidas en la red