En la imagen, Bernardo Cortés, un hombre que si supo ser agradecido con el barrio que lo acogió. Imagen del álbum familiar publicada en El Periódico
El principal defecto de la Posmodernidad no fue gastar más tiempo interpretando con los símbolos del territorio que analizando cómo funcionaban esos territorios. El resultado fue que en lugar de proyectar en común, se impusieron intervenciones basadas en ideas prefabricadas lejos del lugar. “Piensa (copia ideas) globalmente y actúa (imponte) localmente.
Este proceso ha llevado a la destrucción de tejidos que , bien o mal funcionaban, para convertirlos en espacio de consumo virtual de personas que lo ignoraban todo sobre el lugar, y que lo seguirán ignorando (¿se puede acrecentar la propia ignorancia?) una vez lo visiten en vivo o virtualmente.
En este proceso de lenta transformación/destrucción de tantos espacios que fueron realmente patrimoniales, la costa de Barcelona ciudad ha sido una de las más castigadas a nivel del Mediterráneo, lo cual no es poca cosa. Veamos un simple botón de muestra en el barrio antaño marinero de La Barceloneta.
Hace unos días el diario “El País” publicó una de sus habituales elegías al fenecido urbanismo posmoderno barcelonés, aparentando una cierta reflexión sobre viejas fotografías de cuando la ciudad estaba todavía con vida. Entre los consultados figuraba, como es también habitual, el camarada Salvador Rueda, a cuyas clases sobre la “Biodiversidad urbana” (o algo así) de las manzanas de l’Eixample (pronúnciese a la barcelonesa, con casi una “a” al final) tuvimos oportunidad de asistir a finales de los 90′. La idea resultaba tan sugerente como engañosa), ya que proponía tratar las diferentes actividades humanas como si fuesen organismos vivos de un cierto ecosistema (humano). Así, por ejemplo, a mayor diversidad en los comercios (floristerias, woks, funerarias…) mayor diversidad y por tanto, mayor sostenibilidad del sistema. Una de tantas boutades para hacer más digeribles las clases de la época. Sin embargo, cuando aquellos intelectuales se pusieron manos a la obra… bueno, digamos que dejaron en un rincón aquellos principios científicos que les movías, y se dedicaron, como los demás, a copiar estampas de la California de los 60′, en lugar de sentarse en un chiringuito de la playa y hablar un rato con los dueños, que hubiera sido de mayor provecho para todos.
Veamos que dice el autor del presunto artículo (que no es urbanista, sino crítico de arte contemporáneo, que viene a ser lo mismo en muchas ocasiones):
Por otra parte, ante esta “barricada” de locales de hostelería que se erigía frente a la playa, la reflexión de Rueda pone en valor el respeto por el paisaje natural sin detrimento del disfrute del ocio por parte de los ciudadanos: “Hoy, el acceso al mar es diáfano. Haciendo uso del espacio que ocupaban los chiringuitos ilegales, la playa se ha ensanchado y está aún más llena de vida”. Esos antiguos chiringuitos son objeto de algunas reivindicaciones por su pintoresquismo, pero Rueda no los echa en falta: “Representaban una barrera física para el acceso al mar en el barrio de la Barceloneta”.
Vaya reflexión! Esta fotografía ya ha aparecido antes en Urbs et Ager, y en muchos otros lugares. Será porque es uno de los pocos testimonios de lo que fue la vida “marginal” de la playa en su última época de apogeo, antes de que el viento olímpico se los llevara por delante como a la mayor parte del verdadero patrimonio marítimo/portuario de la antigua Ciudad Condal.
Vayamos por partes, para cualquiera que haya tenido la mala experiencia de tragar agua de mar al sur del Bogatell llamar paisaje natural a la costa barcelonina es un poco demasiado, la verdad. En realidad debe referirse simplemente a la línea del horizonte.
Esta reivindicación sobre la vista diáfana sobre el “mar” se repite por enésima vez, visto lo que sucedido en el pasado por ejemplo, en el Moll “de la Fusta”, (Bosch i Alsina) donde existían unos interesantes tinglados portuarios, que efectivamente, tapaban las vista de los barcos atracados a los pisos bajos del Paseo de Colón aunque no a los mas elevados, en los que residían… algunos de los dueños de algunos de esos barcos (Edifici Condeminas). Cuando cambiaron los tráficos, y la madera (sobre todo tropical) requirió espacio abierto para almacenes, se derribaron los tinglados en 1966 . Qué se le va a hacer, una actuación debida a necesidades comerciales, que como no, fue vendida por La Vanguardia como un éxito propio que iniciaba la “apertura al mar” del centro urbano. Un centro urbano que por cierto, en esa época vivía directamente del puerto, con sus numerosas navieran en el Passeig de Colom, su ambiente nocturno e incluso diurno en la Rambla, y sus innumerables negocios de tradición colonial o marinera, incluyendo el contrabando.
Pero el caso es que no todo el mundo es Eduard Toldrà como para llenar su alma con las “vistas al mar” , y más bien las masas, antes y ahora, prefieren unas gambas a buen precio en un ambiente popular, con arena por suelo si puede ser. Algunos barceloneses somos así de cutres, no todos pasamos las tardes en el CCCB.
Basta un sencillo cálculo para ver que la linea de costa privada de ver el horizonte desde la calle tenía una longitud de… 341 m! ¡Qué barbaridad! No es extraño que la ley de costas atacara duramente semejante agresión urbanística. Porque esa y no otro fue la razón alegada para extirpar lo que la intelligentsia local veían poco menos que como un cuerpo extraño que impedía que Barcelona se convirtiera en Palm Beach. En la actualidad, la distancia desde las casa hasta el espigón semisumergido que gestiona el arenal es de unos 250 m, por lo que se puede hablar de un proceso de oblonguización de una playa antaño típicamente lineal.
Ya hemos hablado en otras ocasiones del daño que la Ley de Costas ha hecho al Patrimonio turístico de nuestras ciudades. La Zona Marítimo Terrestre sin duda estaba invadida por mesas y sillas, no por las cocinas en algunos de los establecimientos. Un hotel de muchas plantas, se yergue ahora mismo al fondo de la fotografía interior suscitando muchas dudas sobre el objetivo final de la tal ley. Pero en cualquier caso, la línea de costa se ha retirado tanto que sin duda los cálculos para la ZMT son hoy otros.
De manera que la “barrera física” de 341 impedía el acceso al mar desde el barrio y debía de ser derribada. La prueba es que la oposición de los vecinos y de la gente del puerto en general (“pintorequistas” para el autor) no pudo frenar el derribo. Cierto, pero hay otro motivo: el barrio de la Barceloneta estaba habitado básicamente por pescadores y gentes de la mar en sentido amplio. Las barcas de pesca descargaban el pescados fresco muy cerca, en el “Moll de la Barceloneta” (de ahí su nombre). Más tarde la lonja se llevó algo más lejos, al “Moll de pescadors”, pero igualmente accesible a pie.
Hoy en día la flota local emplea a algo más de 300 personas, y el número de barcos no llega al medio centenar, cifras que son a penas una fracción de lo que fueron. De hecho, las condiciones de trabajo en la flota de cèrcol, (la de la sardina) la que más personal emplea, son tan duras que difícilmente pueden resultar atractivas para los jóvenes de ahora.
Aquella flota abigarrada y bulliciosa llegaba a tierra cargada de pescado, que era también (y es) una parte del sueldo. Y buena parte de ese pescado llegaba… a los chiringuitos. Donde era preparado por gentes de la mar, que tenían una larga tradición y un profundo conocimiento de la cocina marinera mediterránea. Tal vez nuestros actuales gourmets online discreparían, pero creo que algo tendría que ver el éxito popular con el origen del producto. Es una cuestión pura localización geográfica, con un producto local fresco que se consume in situ, sin depender de ninguna red de suministro. El sueño de cualquier ecologista (de los de antes).
Personalmente, sería partidario de volver a levantar los chiringuitos, a lo mejor con acero corten para contentar a los más modernos o con otra cigala de Mariscal (¿¿gamba??), pero de color taxi, para los nostálgicos de Cobi, pero eso si, con cocineras del barrio. Local, ¡ todo muy local por favor!
Aunque no todo está perdido. De hecho uno de los productos más típicos de la ciudad e Barcelona la sardineta, se mantiene en la actualidad y su comercio goza de buena salud. El hecho de que su pesca esté prohibida por motivos sanitarios y ecológicos, no quiere decir que no se consuma. Imagino que todos estos autores que hablan sobre el Port la han consumido en alguna ocasión, por ejemplo, en un conocido local situado frente a la sede de la DG de Pesca (DARP) en la Gran Via. Pero tampoco cuesta mucho encontrarla en Mercabarna si no es día de inspección.
La sardineta un bocado delicioso y caro, siempre estuvo prohibida y tradicionalmente se pescaba dentro del puerto con artes de superficie, mezclada con el sempiterno aceite flotante. En la actualidad las embarcaciones dedicadas a esta pesca, al no estar matriculadas, atracan fuera del puerto.
Y como colofón, nos ilustra el autor:
Porque hay otra forma de enfrentarse a las imágenes del pasado: la que en lugar de lamentar lo que hemos perdido nos ayuda a entender nuestro presente, y por tanto promueve la acción que nos lleve hacia un futuro donde se resuelvan los problemas actuales. Algunos de los cuales antes no existían, mientras que otros siguen siendo básicamente los mismos.
En realidad, el sentimiento natural al observar fotos antiguas es la sorpresa por ver lo mucho que han cambiado los paisajes y lo poco que, en comparación, hemos cambiado los humanos. Por eso cuando alguien critica actitudes cotidianas de un tiempo pasado está haciendo algo más que faltar al respeto a la población de ahora y de entonces: está mostrando un nivel de ignorancia que puede ser habitual en nuestra prensa, pero que en realidad es incompatible con el hecho de escribir para un público que incluso paga para estar informado.
Referencias
https://elpais.com/elpais/2020/07/23/icon_design/1595518335_937145.html
https://elpais.com/elpais/2017/07/19/opinion/1500487196_935961.html
La Vanguardia, edición del 3 de abril de 1966