El Metro Monumental, de símbolo de la Modernidad al olvido y ahora, al regreso a las calles.

Este post va dedicado a mis compañeras Ainara y Amaia, por que cuentan entre las escasas profesionales que creen sinceramente en el arte industrial como expresión genuina y valiosa del espíritu de una sociedad, más allá de oportunismos, ideologías y subvenciones.

La recreación de la estación del acceso en superficie al metro de Gran Vía en Madrid se puede interpretar como otra clara señal del fin de la Posmodernidad. Recordemos una vez mas la definición que hizo Giussepe Dematteis, en la posmodernidad “se actúa sobre las cosas como si fueran símbolos, sobre los símbolos como si fuesen cosas”, y aquí se ve claramente.

En otras ciudades le han dado tanta importancia a las estaciones del Metro que incluso venden postales! Recordemos que la postal fue un importante creador de imagen, de “Sentido del Lugar” incluso, durante la Modernidad. Cuando un paisaje resultaba interesante se solía decir “parece de postal”, algo que los nuevas generaciones difícilmente podrán entender.

La estación original de Gran Via.

En Madrid la estación de Gran Vía, del estilo propio deAntonio Palacios “ha vuelto”, como símbolo más que como estación quizás, pero no deja de ser un homenaje al pasado industrial y a la Modernidad, aquesllos tiempos en que todavía cabía asociar la utilidad con el buen gusto. Y esta reposición es también un buen intento de recrear un “sentido del lugar” propio, local, en un espacio que se ha hecho demasiado global y que precisa de buscar sus raíces en tanto que se mantiene bastante vivo para ser tan central. La nueva estación-hito urbano puede ser una buena herramienta de recrecimiento cultural tras la marea posmo.

La estación original, como es sabido, fue llevada al pueblo del arquitecto y allí descansa como símbolo impostado, esperando a que el metropolitano llegue a Porriño.

Otras deberían de tomar nota y recuperar una estación (o al menos su imagen) que fue un puro símbolo del metro y de la ciudad, y en la que, como en la de Gran Vía, la necesidad de un ascensor dio motivo para crear una obra de arte. Y no tanto porque sea Modernista, sino porque se creo belleza a partir de una necesidad cotidiana bastante vulgar: coger un ferrocarril que circulaba veinte metros más abajo.

La estación de Urquinaona a finales de los 50′

Para mi es algo mas que el sentido de un lugar que ya no existe. Es el primer recuerdo urbano que guardo. Con cinco años mi padre me llevó al colegio desde una fonda del carrer Cervantes hasta “los Padres” de Sant Andreu, y para tan largo trayecto tuvimos que entrar en aquella extraña pajarera de cristal, y junto a mucha otra gente, bajar en una gran caja. En mi vida había visto un ascensor. Con todo, más que el vidrio y el metal forjado, lo más impactante fue aquel olor tan peculiar de aquellos metros con muchos anuncios pintados y poca señalética. Era un olor… no sé, a grasa no desde luego. Ese lo conocía bien. A aire recalentado pero no mucho?

Hace ya tiempo que ese “aroma urbano” desapareció de la ciudad. La estación modernista de Urquinaona desapareció también hace mucho, en 1972. Tanto que la mayoría ni la recuerdan. La plaza incluso, como espacio público, también ha casi desaparecido, por falta de “público”. En tiempos se reunían allí obreros en paro a esperar a que los contratasen por el día e, irónicamente, después se situó enfrente la sede de CCOO donde me tocó trabajar cuando esta, a su vez, también se estaba vaciando…