Cada vez se usa con mayor frecuencia el término “patrimonial”, y ya se sabe que cuando una palabra se empieza a oir en exceso, su significado se diluye. Esto está ocurriendo, también, en el ámbito del planeamiento territorial .

En origen, “patrimonial” hace referencia a un legado que tenga valor, que implique un “patrimonio” para quién lo reciba. El concepto de “valor”, por su parte, puede ser bastante subjetivo. Hoy en día, cuando muchos temen a la globalización por la uniformidad que impondría, la condición de ser “único”, “auténtico” y “autóctono”, hace que se perciba como valioso el patrimonio del cual se supone, por principio, que posee todas esas virtudes.

Que existe una cierta uniformidad en los patrones de ocupación actuales, que se repite en gran parte del mundo, es cuestión indicutible. Condominios, avenidas con palmeras y centros comerciales son similares en todo el mundo… si es que no están diseñados por las mismas personas. Que esa uniformidad en los espacios construídos nos haga uniformes en nuestros comportamientos, habrá que estudiarlo.

Pero volviendo a la pregunta de cabecera, ¿existe el patrimonio territorial?, vamos a contestar que si. Que pensamos que hay elementos heredados que tienen un valor específico por su relación con otros elementos del territorio, más que por el valor histórico o artístico intrínseco que puedan tener por sí mismos. Ese valor posicional, referencial, relacional, estructurante,  semántico o como se quiera interpretar  sería, y esto es lo más interesante, aprovechable para el planeamiento territorial actual.

Para concretar, patrimonio territorial, en lo que se refiere al planeamiento, sería el conjunto de elementos construídos de cualquier tipo susceptibles de ser utilizados como elementos estructurales de un planeamiento territorial más o menos convencional. Forman parte del espacio construído elementos muy diversos, como parcelas agrarias, infraestructuras, edificios, vestigios históricos, trazas urbanas, hitos referenciales, miradores, etc. Incluso, hay quién opina que se podrían incluir elementos no propiamente físicos, tales como la imagen que un determinado lugar pueda tener en el imaginario colectivo.

Pero en cualquier caso, el patrimonio territorial no es ese rasgo diferencial de nuestro ADN, o del ADN de nuestro territorio, que para muchos, viene a ser lo mismo. Es más bien la expresión física del conocimiento que de las condicions del territorio tuvieron sus habitantes en el pasado. De las técnicas que fueron capaces de desarrollar. De la estructura social, justa o no, que mantuvieron. Y de lo que se trata, es de aprender de todo ello. De hacer que el patrimonio nos sea útil porque nos explique cosas sobre nuestra historia, que es también explicarnos quienes somos. Y porque nos enseñe cosas sobre nuestro entorno que hoy, con las prisas, no somos capaces de aprender.

Al fin y al cabo, los hombres somos poco más que una acumulación de recuerdos, y el patrimonio, el espacio construído que nos han legado quienes vivieron antes, son el legado físico de sus recuerdos, que también pueden ser los nuestros, que pueden llegar a formar parte de nosotros. Y eso es lo que queremos intentar.

Más que un hermoso souvenir, el patrimonio es como una vieja foto de familia, en la que los rostros y las actitudes, siempre nos recuerdan a alguien.

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