2. El control de la transformación a través de la legislación

Para mantener el campo en ese estado ideal, en buena medida imaginado, se recurre a una serie de limitaciones que se expresan de forma similar en las diversas legislaciones[i]. Entre estas restricciones, destacan:

La actividad agraria se exige como premisa para las actuaciones

    • Sólo se permite reconstruir aquellos edificios que ya existían
    • Se exige una parcela mínima para edificar
    • El crecimiento debe ser contiguo a los núcleos ya existentes

Podríamos citar muchos ejemplos, como la Ley de Urbanismo de Aragón (3/2009, de 17 de junio que en el artículo 30.2 establece que se puede otorgar licencia para una vivienda unifamiliar en suelo no urbanizable genérico siempre que:

 Que no exista posibilidad de formación de un núcleo de población.

    • Que los edificios no rebasen los 300 m2 de superficie construida.
    • Que las parcelas tengan, al menos, 10.000 m2 de superficie y que queden adscritas a la edificación, manteniéndose un mínimo de actividad agrícola

Se puede considerar que el sistema funciona razonablemente en lo que se refiere a mantener el suelo como rural. Pero en lo que respecta al mantenimiento de sus valores culturales y ambientales, como paisaje cultural, la cosa es bien diferente, como se expone a continuación.

La actividad agraria como premisa

Para evitar transformaciones que afectarían al sistema, se legislan restricciones como la imposibilidad de levantar edificios nuevos si el propietario no está inscrito en el censo agrario, o la prohibición detallada de numerosas actividades que puedan inducir a dudas sobre el futuro de un determinado suelo. Sin embargo, si se justifica que el edificio es necesario para la explotación agropecuaria, se permite edificar uno nuevo, aún de grandes proporciones y cambiar el aspecto de los que existen, sin otra limitación que los seis metros de altura máxima del edificio. De manera que aparentemente la legislación se cuida de que el territorio rural siga siéndolo, pero el caso es que “rural” no tiene el mismo significado ahora que hace 50 años, cuando las tecnologías evolucionaban con mucha mayor lentitud  y los capitales invertidos eran proporcionalmente muy inferiores.

Las restricciones pueden llegar a ser paisajísticas, como la prohibición de instalar invernaderos, que son estructuras efímeras. Pero por lo general no se atreven a  coartar ni lo más mínimo las actividades agropecuarias, entendidas en sentido amplio, por la necesidad de respetar el derecho a la propiedad. Esto es muy comprensible. Pero el resultado, por lo general, no es halagüeño por lo que se refiere al paisaje.

En primer lugar porque hay que señalar que, a pesar de las restricciones, cuando la presión económica se manifiesta, rara vez se frenan los procesos de degradación o transformación del medio agrario. Los ejemplos son numerosos y los podemos encontrar un poco por todas partes, incluso en espacios teóricamente bien protegidos[ii]. De hecho, existen mecanismos legales que impiden la proliferación de usos de tipo industrial o la simple acumulación de chatarra, por razones medioambientales, pero en la práctica es habitual que no se apliquen.

Pero lo cierto es que en la realidad actual es frecuente que la simple aplicación de la normativa haga desaparecer, literalmente, el paisaje agrario tradicional, allí donde la productividad lo justifica. Y es que las necesidades de las explotaciones actuales no son compatibles con las estructuras territoriales tradicionales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alrededores de Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona) en 1955 y 2008

Estas imágenes del “País del Cava”[iii], ilustran perfectamente los procesos a los que nos estamos refiriendo. La de la izquierda corresponde al “vuelo americano” de 1954, la de color es de 2010. Se aprecia cómo el tamaño de las viñas ha crecido enormemente y se ha mecanizado en algunos casos. Han aparecido construcciones de gran tamaño (bodegas) donde antes había viña, han desaparecido la mayoría de los campos dedicados a otros cultivos y se han abandonado los campos próximos a la riera[iv].

Si añadimos el desarrollo de la red viaria, podemos concluir que el valor patrimonial de este espacio, como transmisor de información, de sentimientos, como creador de sentido del lugar, se ha difuminado, o en el mejor de los casos, el mensaje ha cambiado. Lo que era un paisaje complejo, intensamente vivido en tanto que trabajado a mano, ha sido substituido por un monocultivo, una sucesión uniforme de viñas que siguen unas pautas técnicas de distancias y alineación que permite incluso la mecanización de los trabajos en algunas de ellas. Ya no nos está transmitiendo la tradición, la historia, sino el estado tecnológico actual, con una agricultura intensiva, muy diferente de la visión romántica “de la viña y del trabajo del hombre” que, paradójicamente, es la que se vende en la propaganda turística de las Tierras del Vino.

La transformación de las viñas no es la excepción si no la norma. En algunos lugares de la Rioja el final de la cosecha viene marcado por el inicio de una notable actividad de las excavadoras, que horadan los suaves cerros para generar nuevas parcelas llanas en las que plantar[v]. Claro que, por otra parte, el proceso en sí, la ampliación constante del suelo cultivable, no difiere mucho del que se ha llevado a cabo durante siglos, salvo por los contundentes medios mecánicos utilizados.Algo similar se podría decir de las construcciones autorizadas en el suelo rústico. Algunos elementos contemporáneos son totalmente incompatibles con el “aspecto tradicional”, como por ejemplo las puertas para la entrada de tractores en los garajes con sus cinco metros de altura, los vallados modernos o las explotaciones lecheras intensivas con sus enormes estructuras. En algunos lugares se ha legislado para mantener los edificios con un aspecto tradicional,  pero es curioso constatar cómo ésta pretensión puede llegar a generar artículos de lujo, ya que si seguimos la norma difícilmente podemos mantener la actifvidad agraria, que era lo que se exigía. Porque… ¿dónde guardamos el tractor? Al final, aquellos lugares que imponen normativas más restrictivas, quedan confinados al uso residencial de alto standing, expulsando otras actividades.

A este respecto, la piedra vista en los muros es un verdadero clásico. Considerada en nuestros días condición sine qua non para saber que nos hallamos en un entorno rural de montaña, en realidad se reservó desde siempre (al menos en los Pirineos) para los edificios no habitados, como las cuadras. Esto se aprecia muy bien en las imágenes antiguas, por ejemplo, en las que los únicos edificios con revoco son las casas habitadas, mientras que el resto, cuadras, graneros y demás, muestran muros de piedra vista. Bien se podrían obtener hoy unas imágenes inversas.Pero no paran ahí las contradicciones entre el instinto protector de la ley y sus resultados, ya que otro de los problemas que acarrea este tipo de desarrollos es el del acceso rodado. La mayor pare de estas construcciones, y aún de otras mayores, tuvieron tradicionalmente unos accesos muy precarios, un camino, sólo en ocasiones apto para un carro. Pero el uso contemporáneo, prácticamente descarta la venta de una propiedad sin acceso rodado, lo que supone una evidente fuente de problemas.

Un ejemplo muy vistoso nos lo ofrece el Valle del Pas (Cantabria). Sus paisajes son un paradigma de la adaptación al medio de una sociedad pastoril que aprovechó los recursos a base de vivir en perpetua trashumancia entre las partes bajas y altas del valle. Este sistema conllevó la construcción de una gran cantidad de cabañas pasiegas, muy características y tan adaptadas al entorno que parecen surgido de él. Pero no construyeron nada parecido a una red viaria, ya que no la precisaban. Una vez desaparecida la trashumancia, las cabañas han quedado servidas para su venta como segundas residencias, con un innegable éxito en este mercado[vi]. Sin embargo, no tienen acceso rodado. Si para cada finca se construye un acceso, se perderá el valor patrimonial y el sentido del lugar. Se convertirá en un espacio diferente, en el que las reglas de relación entre sus elementos poco tendrán que ver con la sociedad trashumante que las construyó. Se hrá irreconocible el paisaje cultural.Las normativas también pretenden dar soluciones a este problema, a base de curiosas restricciones como esta:

  •  4. Queda prohibida la apertura de nuevos caminos de titularidad privada, exceptoaquellos que transcurran íntegramente por el  interior de una finca y sirvan a las
    necesidades de ésta, o transcurran íntegramente por dentro de diversas fincas a
    título de servidumbre de paso para uno o varios predios dominantes.[vii]

 Es decir, que se abrirá, lógicamente, una red de vías para dar servicio a todas y cada una de las casas, ya que de otra manera éstas no se venderían. Es evidente que con una normativa así difícilmente se puede “controlar” su desarrollo. Algo que en el mundo rural tradicional no era necesario controlar, puesto que no se podían costear gastos superfluos.

Sólo se permite la reconstrucción de edificios preexistentes

Se permite la rehabilitación pero la construcción de nuevos edificios, y es tal vez la normativa más universal en nuestros campos. Se suele aceptar la reconstrucción de edificios preexistentes, normalmente aquellos que existieran antes de la ley del suelo del 56, aunque estén derruidos, y se exige que se mantenga su aspecto externo. Este aspecto externo suele estar definido de forma laxa, con expresiones como “similar al estilo tradicional del lugar”, y otros similares.

Estas normas, pensadas tal vez para dar un escape a la presión edificatoria, ha fomentado una notable picaresca urbanística, que va desde la reconstrucción de ruinas apenas reconocibles como tales hasta el camuflaje de modernos lofts rurales en el interior de edificios que, desde fuera, guardan todo el carácter de un almacén rural[viii], incluso con el consiguiente desorden aparente. En los años anteriores a la crisis inmobiliaria, este tipo de recursos, y otros como la instalación de mobil-homes que con el tiempo iban sedimentando, fueron promovidos por visitantes extranjeros[ix], en especial británicos[x], en diversos puntos de las costas mediterráneas y aún del interior. Por lo general se trata de muy modestas casa de aperos, en ocasiones de adobe y en otras, de piedra seca, sin especial interés por si mismas y situadas en los cultivos de secano, de paisaje no especialmente relevante, pero a menudo, no muy alejadas de la costa. Son elementos constructivos que, por si solos, carecen de verdadero interés patrimonial, pero que transformados, pueden generar un impacto notable en el paisaje, desvirtuando el conjunto. Este tipo de transformaciones son poco estimados también porque generan escasos ingresos al pueblo, y aún en el futuro, pueden generar problemas, si los propietarios llegaran a demandar dotaciones de servicios al ayuntamiento. 

Exigencia de una parcela mínima

Es también de amplia presencia, y en realidad suele tener una lógica propiamente agraria, ya que evitaría la aparición de parcelas demasiado pequeñas como para ser rentables. Una consecuencia inmediata de su aplicación es la selección social de los habitantes. Aquellos que no hayan heredado una propiedad deberán pagar mucho para conseguir una parcela grande. No es éste el objetivo del planeamiento (o no lo debería serlo), pero es inevitable. Desde el punto de vista del paisaje, que es lo que aquí nos interesa, esta limitación suele ser contraproducente, ya que suele traducirse en extensos vallados de las fincas, en una distribución de grandes edificios repartidos sin criterios de localización lógicos y en un viario impuesto por lo anterior, todo lo cual desestructura el paisaje. Porque los criterios de localización de los edificios suelen ser uno de los rasgos culturales más característicos de una sociedad rural, uno de los elementos que, de forma subliminal, más información nos aporta sobre esa historia. Al situar los edificios con un criterio alocal, desligado de esa información ambiental secular que los situaba en el pasado, estamos rompiendo la estructura tradicional del territorio al superponerle otra distinta.

Un caso paradigmático nos lo ofrece el del Pla de Mallorca, un territorio rural bien conservado que ha sido objeto de deseo para las residencias veraniegas de lujo y sobre el que se legisló, hace ya tiempo, una gran parcela mínima como requisito para edificar. El resultado es un paisaje que tiene algo de grotesco, de pretencioso tal vez, pero poco de patrimonial.  Por el contrario, uno de los principales tabús del planeamiento, la no creación de nuevos núcleos urbanos, parece una solución bastante más interesante cuando la presión urbanística se extiende por un espacio rural de amplios horizontes.

Imagen d’Es Pla de Mallorca, que revela el efecto fragmentador y la alteración del paisaje generada por la construcción de nuevas residencias en superficies mínimas grandes. Siguiendo la tendencia habitual, se han vendido las parcelas menos productivas, con pinares dispersos, en los límites del suelo más fértil del llano, limitado en parte por la carretera Santanyí-Ca’s Concos.

Efectivamente, uno de los problemas es que hay que dotar de servicios a las viviendas, y esto resulta mucho menos traumático si estas están más o menos agrupadas. Existen excelentes ejemplos de núcleos de nueva formación que, creados a partir de criterios tradicionales, crean un entorno cargada de significados comparables a los que generaría un asentamiento tradicional. Si se considera que un aspecto mimético con el patrimonio es beneficioso a la hora de construir un edificio, ¿por qué no plantear una estrategia similar para los núcleos, y para la estructuración general del territorio?

La urbanización de nueva planta “La Devesa de Sagà” en la Cerdanya (Girona) nos ofece un buen motivo de reflexión, ya que parte de su estructura ha sido planeada como si se tratara de un pueblo tradiconal, si bien allí donde nunca existió. Pero tanto el lugar, protegido de los vientos del norte, próximo al bosque y a cierta distancia del río, como la forma de desarrollarlo, que incluye hasta un falso campanario que hace las veces de punto de referencia, está notablemente logrado.Otro ejemplo interesante son los minúsculos pueblos estructurados sobre una suburbana, que fueron típicos de la comarca del Penedès.

La reconversión de sus casas labriegas en residencias temporales ha regenerado el territorio, con un impacto sobre el paisaje que ha sido estimulante desde el punto de vista patrimonial. Dos buenos ejemplos serían Aiguaviva (Tarragona) y Puigmoltó (cerca de Sitges, Barcelona), con su única calle, espacio “urbano” más que suficiente para todas las viviendas pero lo bastante rural como estar impregnado de aromas. Como se aprecia, la obligación de edificar casas relativamente pequeñas sobre fincas muy extensas no tiene porqué ser una garantía de conservación.

El crecimiento debe ser contiguo a los núcleos existentes… o no

De entre todos los supuestos a priori de nuestro urbanismo contemporáneo, éste es el meno justificable, a día de hoy. En el pasado, antes de la era del automóvil, la fricción de la distancia era el principal parámetro del desarrollo urbano. Existían unas ciertas centralidades y se hacía necesario mantenerse a la menor distancia posible de esas centralidades. Pero era un distancia en metros, digamos, no en tiempo. La creciente movilidad ha difuminado la fricción de la distancia y, con ella, la lógica del crecimiento necesariamente agregado. Aunque este proceso ha tenido y tiene consecuencias poco deseables, como el urban sprawl del que ya hemos hablado, ofrece también posibilidades interesantes, en particular en referencia a los espacios agrarios periurbanos.En realidad, la mayor parte de las ciudades son la “cristalización” de una zona agrícola productiva, ya que de los excedentes agrícolas suelen nacer las ciudades.

El crecimiento, comparativamente lento, de muchas ciudades, creó a su alrededor un sistema de huertas, sínies, cármenes, masías de recreo, torres y demás tradiciones locales, en las que la actividad agrícola se mezclaba con la recreativa, creando unos espacios significativos, el negativo de la ciudad, cuidados con esmero y vividos con intensidad[xi], parte sustancial del sentido del lugar de la propia ciudad matriz. Y esta situación se mantuvo mejor o peor, casi hasta finales del sXX.El proceso está perfectamente documentado desde tiempos remotos:

Giovanni  Villani escribía que, en 1350, Florencia estaba rodeada por “seis mil habitáculos (abituri) ricos y nobles que, de juntarlos, hubieranhecho dos Florencias” y, además, siempre en la campiña suburbana, “tienen quintas de recreo los comerciantes, y los artesanos más viles y vulgares”.[xii]

Después, la explosión urbana los ocupó en su mayor parte, borrando las huellas de aquel pasado que aunque era rural estaba íntimamente ligado a su ciudad. Se transformaron, por lo general, en crecimientos de baja o media densidad, con calles con aceras y (en teoría) con servicios urbanos. Pero con una escasa carga simbólica, al tratarse de espacios estándar, en los que el clima, y su reflejo en los inevitables jardines vienen a ser el único elemento diferenciador entre el Norte y el Sur.

El precio pagado por la sociedad ha sido muy alto, ya que se han perdido unos espacios que reunían tanto valor agrícola como patrimonial. Se podrían citar prácticamente tantos rincones como ciudades, porque más bien lo extraño es encontrar una ciudad que no tuviera ese cordón umbilical que la unía al campo.

Muy significativos son los casos de las pequeñas ciudades mediterráneas, en las que las huertas solían aprovechar los acuíferos litorales, situándose a una distancia del mar tal que el salitre no afectara a los cultivos. Ese espacio poco productivo se dejó, ya a finales del XIX, para los veraneantes de la ciudad, que apreciaban la playa. Pero las huertas se mantuvieron durante casi un siglo más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alrededores de Vilanova i la Geltrú  (Barcelona) en 1954 y 2007. Por el trazado del ferrocarril se puede referenciar perfectamente la evolución del asentamiento

La ciudad de Vilanova i la Geltrú nos ofrece un ejemplo bien expresivo.  Se observa en la imagen de 1954 la disposición del espacio construido, que sigue la lógica del lugar, con los campos menos productivos de la primera línea de mar ocupados ya en parte por “torres” de veraneo, y con una ancha franja de huertas que aprovechan, mediante norias tradicionales el acuífero costero. El desarrollo urbano, de casas de uso temporal, terminó hace décadas con este espacio para convertirlo en un típico suburbio de densidad media-baja. En definitiva, en un paisaje mediterráneo contemporáneo estandarizado.

Por la parte de tierra, la periferia de la ciudad tradicional, aunque ya sin murallas, se mantuvo con límites muy claros marcados por una importante extensión de huertas[xiii] que funcionaban como lugares de esparcimiento, especialmente en verano.El prolongado contacto entre la ciudad y el campo había cristalizado en esta franja, que hoy definiríamos como un buffer que ayudaba a mantener el ambiente urbano por un lado y el rural por el otro.

Vídeo que muestra la evolución de las “Sinies” entre 1954 y 2010

El límite urbano occidental de Vilanova i la Geltrú  (Barcelona) en 1954 y 2007. La estructura parcelaria de las “sínies”, normalmente de forma alargada, desaparece completamente en los desarrollos estandarizados contemporáneos.

El crecimiento contiguo a la ciudad, que se aprecia claramente en la imagen en color (2010), es el “lógico”, de acuerdo con el la ortodoxia urbanística. Anexo al núcleo. Pero se observa también lo que  se ha perdido en el proceso… ¿Qué hubiera ocurrido si la trama urbana hubiera saltado la franja de huertas? Las posibilidades que ofrece esta opción son muchas. De momento, se podría pensar en un crecimiento menos condicionado por la trama viaria rural, mientras que una conexión viaria correcta hubiera obviado cualquier problema de accesibilidad. Se podrían haber edificado terrenos con mucho menos valor patrimonial, aunque estuvieran más distantes.

Toledo y su entorno patrimonial

El valor simbólico de la ciudad de Toledo, situada sobre un promontorio en medio de la llanura y rodeada por el Tajo es, más que un detalle, la propia esencia de la ciudad[xiv]. La historia ha querido que así sea, hasta el punto de que incluso el urbanismo moderno, tan poco dado (como hemos visto) a melancolías y memorias, ha respetado un entorno patrimonial magnífico que es prolongación del propio núcleo histórico, ya que no se entenderían el uno sin el otro. Veámoslo explicado por el geógrafo M.A. Zárate:

“Las zonas de protección del paisaje, definidas por las “Instrucciones de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación” han sido también respetadas durante mucho tiempo por el planeamiento oficial y la práctica de la construcción de la ciudad”

Esta protección minuciosa fue comprendida por todo el mundo, ya que al parecer no hubo intentos de actuar en esas zonas, como explica el mismo autor

“El Plan General de 1986  establecía expresamente como suelos protegidos las zonas correspondientes a la carretera de Madrid a Toledo, la finca de Mirabel y la Cerca, la Vega del Tajo antes y después de su paso por Toledo y la finca de San Bernardo.El Plan especial del Centro Histórico mantuvo también las tres zonas de protección de paisaje creadas antes para conservar la silueta de la Ciudad Histórica.” 

En el proceso de protección de las vegas del Tajo está claro el hecho de que la población las vive precisamente como parte del valioso patrimonio de la ciudad histórica, y no como algo diferente o ajeno. El resultado ha sido una mayor proyección de la ya de por si potente imagen de la ciudad.


[i]   La normativa nacional, básicamente la ley de suelo, suele verse ampliada con otras restricciones en las legislaciones autonómicas y locales. En ocasiones, notablemente.

[ii]   Como por ejemplo, el Parc Agrari del Delta Llobregat, en el cual la ocupación de parcelas por contenedores y otros usos marginales avanzaron de forma imparable antes y después de la declaración de protección En particular, las fincas adyacentes a vías asfaltadas, como el “Camí del Mig”, que se fue transformando sin cortapisas con actividades tan poco integrables como el almacenaje de contenedores vacíos.

[iii]  Proximidades de Sant Sadurní d’Anoia, Barcelona

[iv]  Una riera es un río de curso temporal, que pocas veces lleva agua. Era habitual cultivar huertas en sus márgenes,  debido a lo accesible de la capa freática.

[v]   Comnicación personal recogida en el valle del río Tirón, La Rioja.

[vi]  Existen, incluso, agencias inmobiliarias que se han pretendido especializar en este segmento.

[vii] Extraída del “Pla Territorial de Mallorca”, Norma 22

[viii] Existen casos realmente sorprendentes por el contraste entre el aspecto abandonado del exterior y el lujo posmoderno del interior.

[ix]  Llegaron a aparecer inmobiliarias especializadas en este tipo de casas “para rehabilitación total”, en pequeños pueblos como El Perelló (Tarragona).

[x]Este tipo de colonización ha tenido un impacto muy negativo en comarcas como La Ribera d’Ebre (Tarragona), sin playas pero con un fuerte sentimiento agrario, según los alcaldes de la zona. (Móra d’Ebre)

[xi]  Al respecto, son relevantes los escritos de De Zamora, en los que explica cómo eran los alrededores de Barcelona, en extremo ricos y agradables, con abundante caza, en lugares como “El Clot de la Mel” que ya hace más de un siglo que fueron intensamente edificados.

[xii]Citado en Dematteis “Suburbanización y periurbanización”

[xiii]Localmente conocidas como “sínies” por extensión del nombre dado a las norias tradicioanales de origen árabe.

[xiv]Toledo es el objeto del primer cuadro propiamente paisajístico de Occidente, pintado por “El Greco”, y del que existen dos versiones, siendo la más conocida “Vista de Toledo”, Metropolitan Museum of Art, New York, pintado hacia 1564 por Domenikos Theotokopoulos, (1541-1614)

 

 

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