Por Antonio Giraldo, Geógrafo y Concejal en el Ayuntamiento de Madrid. (Artículo originalmente publicado como post en la plataforma Twitter, reproducido con permiso del autor)

El mítico edificio Torres Blancas está a punto de atravesar una de las mayores transformaciones de su historia. Y esto nos pone sobre la mesa, a quienes tendremos que votarlo, un dilema patrimonial que merece un hilo. Vamos a hablar de uno de los mejores edificios de Madrid. 
Si sois de Madrid, no necesita presentación. Es Torres Blancas, un exponente de la arquitectura brutalista y orgánica de Francisco Javier Sáenz de Oiza (1969). Una torre de 21 pisos de viviendas + una última planta muy, muy especial. Hormigón, madera y mucha, mucha imaginación.
Merece la pena detenerse en el espectacular portal, los acabados interiores, las formas, los espacios, la luz... El concepto de Sáenz de Oiza venía a definir una especie de "ciudad" en vertical, y apostó mucho por los espacios comunes y de encuentro vecinal. Una novedad.
Pensad en el lujo que era esto para los años 70. Tenía (y tiene) hasta una espectacular piscina en la azotea. No es un edificio cualquiera, es singular y, como tal, goza de la mayor protección posible en el catálogo de edificios protegidos del Ayuntamiento de Madrid. Intocable.
Pero vamos a detenernos en esa especial planta 22, porque es justo lo que va a transformarse próximamente. ¿Por qué es tan especial? Porque Sáenz de Oiza la concibió como un gran "centro social" un espacio para la vida comunal de toda esa ciudad vertical. Con vistas 360 grados.
Aunque, si bien esto le confería un carácter original y multiusos al edificio, pronto se convirtió toda ella en un restaurante muy famoso en Madrid: el Ruperto de Nola. Un restaurante futurista donde se dice hacían muy buenos guisos. Lo habéis visto en un montón de pelis. 
Estuvo abierto desde 1971 hasta 1985 y fue un espacio futurista que, además, daba servicio a los 21 pisos inferiores de residentes a través de un montacargas específico. Un uso nada corriente y muy singular para un edificio muy singular. Quedaos con esto, porque es importante.
Tras su cierre, toda la planta 22 quedó en estado de semiabandono, con algunos usos de oficinas, espacios para rodaje de películas o series puntuales. Nunca volvería a recuperar su esplendor. Y así ha llegado hasta nuestros días. El espacio lo mola todo, ¿eh?
En 2023 el propietario de toda la planta (un privado) solicita al Ayuntamiento un Plan Especial para hacer obras y transformar el uso (terciario) de la planta 22 en residencial, y se proyecta la división permanente de este espacio en 8 nuevos apartamentos (de mucho lujo, eso sí)
Antes de entrar en el fondo, los detalles técnicos. Con honestidad, es un trabajo bien hecho. No es un proyecto cutre para hacer una división. Desde la Comisión de Patrimonio del Ayuntamiento se han dado muchas indicaciones para que sea fiel a la planta de Sáenz de Oiza.
Es decir, se ha estado más de un año trabajando en que la compartimentación siga las mismas líneas redondeadas en los baños, orgánicas en general y respetando los elementos y espacios que inspiraron al arquitecto en los sesenta. No serán 8 viviendas cualquiera. Buen trabajo aquí.
Pero os hago esta difícil pregunta: ¿no es acaso aquella concepción de Sáenz de Oiza de Torres Blancas como una ciudad en vertical, con un gran espacio social en el ático, lo que le confiere, en gran medida, la singularidad? ¿No es acaso ese uso sede de su gran valor?
El hormigón y las formas tienen su valor, sí, pero Torres Blancas trasciende a la forma, y su historia, y sus historias, su concepto y su condición de usos comunales y múltiples son quienes nos hicieron señalarlo como... oye, que esto es especial.




Por lo tanto, este Plan Especial no hace sino empobrecer en gran manera el concepto de toda la obra. Torres Blancas pasará a ser un edificio residencial completo más. Raro, pero otro más. ¿Pero acaso podemos hacer otra cosa? ¿Qué estamos protegiendo?
En 2024, en medio del debate de las molestias que generan los pisos turísticos en las comunidades de propietarios, ¿quién haría un restaurante en esa azotea hoy, con sólo 2 ascensores interiores y sin acceso exterior ni evacuación que no pase por el portal del edificio? Ni hablar.
Es duro pero hay que asumir que mantener un uso como el que tuvo... es irreal. Ese tiempo ya no existe. Entonces... se abre la pregunta ¿qué hacemos entonces? Pues parece que 8 propietarios más pagando la cuota mensual y no generando molestias suena apropiado. Es lo fácil.
Como ya he dicho, el proyecto está bien. Pero perderemos la singularidad, o la empobreceremos. ¿Respetar el uso original y que muera por inactividad, o permitir su vida activa? Este es el dilema, ¿hemos reflexionado qué queremos o podemos hacer con los edificios singulares?
La comunidad de propietarios descartó comprar la planta 22, por precio, pero sobre todo... ¿para qué? ¿Debería comprarla el Ayuntamiento? ¿Para hacer el qué? Es patrimonio de todos los madrileños y madrileñas, pero no sabemos qué hacer con él. Ni lo hemos pensado tampoco.
Así que ha sido un privado el que ha tomado esta decisión en base a un mero activo económico. Con honestidad, no lo puedo votar a favor porque siento que perdemos algo. Pero tampoco en contra, porque es un trabajo correcto y respetuoso.

Nos abstendremos, y al rincón de pensar.
Y, desde mi humilde opinión, creo que bien nos vendría en Madrid reflexionar por todo esto que tenemos y que nos define. Desde el Ayuntamiento tenemos mucho más que decir y hacer que meramente verlo todo pasar.

Es nuestro patrimonio. ¡Es Torres Blancas!

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